Crónica: "El camino hacia El Dorado" en VHS y palomitas

La máquina que se encargaba de regresar los VHS estaba haciendo su máximo esfuerzo para que la película de El camino hacia El Dorado estuviera lista lo más pronto posible. Por otro lado, los hermanos mayores se habían encargado de surtir de palomitas hechas en un microondas negro y alguna bebida para el disfrute de la cinta. La madre de estos tres niños se encargaba de poner la cinta en el reproductor, estaba por comenzar y la menor de los tres se encontraba particularmente emocionada porque sería la primera vez que vería esta película completa y sin anuncios comerciales.

Frente a una pequeña pantalla con una gran estructura trasera se encontraban los pequeños espectadores, principalmente motivados por la imagen del estuche del VHS, que prometía un contenido de dibujos animados, y no tanto por la historia que vendría, esa sería conocida en el camino. A todos ellos les gustaban los dibujos animados cuando eran niños, incluso actualmente, ya de grandes, disfrutan verlos y regresar a los que conocieron en la infancia.

Era el año 2002, dos años después de su estreno, cuando en esa pequeña pantalla de una casa familiar, específicamente, en el cuarto de los padres, aparecía el pequeño clip de DreamWorks con un niño pescando desde la luna. Posteriormente, se mostraría el nombre de la película El camino hacia El Dorado (The road to El Dorado) y los gritos de emoción de “ya va a empezar, ya va a empezar” no se hicieron esperar, acompañados de otros con cierto dejo de amenaza “ya va a empezar, cállate”. Durante la introducción, los hermanos se acomodaron mejor a lo largo de la cama tamaño king size de los padres, a la par de sentirse relacionados con las imágenes que remitían a culturas prehispánicas y a sus nombres propios que en Náhuatl significan “Flor”, “Estrella” y “Águila que desciende o Águila que ataca al descender”.

Las imágenes y colores eran llamativos, y les sorprendía a ellos cuando todo empezaba a tornarse color dorado, y la música y la velocidad comenzaban a ser más fuertes y rápidas. La película iniciaba con una leyenda que decía “España 1519” y con un hombre fornido que representaba a Hernán Cortés. Para ese momento, estos jóvenes espectadores si acaso tendrían de referente la frase de “el descubrimiento de América” que alguna vez escucharon en las efemérides semanales o en alguna clase, no propia, sino en una en la que fueron colados por sus padres profesores.

Las referencias históricas y algunas (o muchas) discrepancias pasarong de largo, cuando lo que importaba, con un recipiente de palomitas en mano, era la promesa de una ciudad de oro que ese sujeto barbudo montado en un caballo blanco esperaba encontrar y las aventuras en la que se enfrascarían Tulio y Miguel desde que los atrapan con dados cargados para hacer trampa y se hacen de un mapa para llegar a aquella mítica ciudad dorada con el mismo caballo blanco que entiende el español a la perfección, que, por cierto, se llamaba Altivo.

Mientras avanzaba la película se escuchaban peticiones como “ponle pausa que voy al baño”, “la carne de burro no es transparente” o, en el mejor de los casos, “quítate, no me dejas ver”. Ellos se preocuparon cuando los personajes estuvieron a punto de morir a la deriva, se ilusionaron junto con los protagonistas cuando llegaron a la ciudad dorada y se sorprendieron con la coincidencia entre el volcán a punto de hacer explosión mientras Tulio y Miguel fingían ser dioses. Este conjunto de emociones respondía a lo que ocurría en la película: cómo los protagonistas en algún momento llegaron a enemistarse, pero después, visto con una lagrimita, cómo volvían a ser amigos en un salto valeroso de Miguel por salvar la vida de Tulio y Chel. Pero nada comparado con la alegría y satisfacción que sintieron al saber que, finalmente, Hernán Cortés (al menos en esta película) no encontraba el oro y no se aprovechaba de la ciudad.

El recipiente de palomitas ya llevaba rato vacío cuando la película llegó a su fin, los jóvenes espectadores se levantaron y guardaron el VHS en su cajita, lo pusieron con una pequeña colección que comprendía de una película de los Teletubbies, algunas otras películas animadas y bastantes VHS de bailes folclóricos que la madre de los pequeños utilizaba para enseñar y ensayar la coreografía de los bailables a sus alumnos de primaria, así como para reproducirlos por la noche, porque curiosamente era con lo que aquella cuyo nombre significa “Flor” lograba dormirse en la cama king size de sus padres, que en ese momento, por su edad, también era suya.

Si bien, ese disfrute de la película quedó en eso, mero disfrute por entretenimiento sin una profundización histórica, sí sería un ligero referente para el momento en el que alguno de ellos cuyos nombres en Náhuatl son “Águila que desciende o Águila que ataca al descender” “Estrella” y “Flor” se encontrara con el nombre de Hernán Cortés en sus clases de Historia, para luego enojarse al enterarse de que realmente sí encontró el oro y se realizó la Conquista.

Particularmente para aquella cuyo nombre significa “Flor”, quien leería el libro de Malinche de Laura Esquivel y se encontraría con una nueva representación del sujeto barbudo. Así como con la visualización de Aguirre, la ira de dios, por encargo de una profesora de su carrera. Finalmente, El camino hacia El Dorado vuelve a ser una referencia para contenido del blog, como una película vista durante la infancia, momento en el que no entendimos en su totalidad las referencias históricas ni la existencia de este mito de la ciudad dorada, pero que, al ser vista de nuevo, 18 años después, con un recipiente de palomitas (y un té de menta por aquello del frío) se entiende con otros ojos y se cuestiona sobre muchas cosas como el rápido entendimiento entre los personajes españoles y los indígenas, la noción del sacrificio como algo que temer, la figura de los dioses como Tulio y Miguel, los encuentros entre Tulio y Chel, Xibalba, pero también sobre ¿por qué el personaje de Miguel tiene cierto parecido físico con el actor que encarna a Aguirre?